Bajo su mirada
María, ¿quién podrá contar todo lo que le debo? No podré, no me alcanzará la vida para proclamar aquello que de su mano he recibido.
Tantos años que la conozco y jamás la he visto lejos. De pequeños nos enseñan a quererla y de mayores, Ella nos enseña a quererle a Él. En tantas ocasiones, perdida entre mil dudas, luchando contra mí, contra el mundo… incluso contra Dios he sentido su mano posarse tranquila sobre mis hombros cansados, sin pedir nada. Tantas noches sus ojos se han vuelto estrellas, su mirada faro y sus palabras confianza: Haced lo que Él os diga.
Mi Madre, mi Amiga, mi Patrona y Reina, mi plegaria y mi canción todo eso es y más, todo eso es suyo… y mi yo completo a Ella vive consagrado.
Hay veces que no sé cómo seguir, que no logro definir el sentido y la dirección de mis pasos… y entonces sus manos me cargan y secan mis lágrimas, curan mis heridas.
A Ella conocí antes que a Jesús, mi Madre solía ante su imagen asegurarme que era la Madre de Jesús, y antes de que aprendiera que significaba su maternidad divina, comprendí que aquella maternidad también era para mí. Bajo su manto me cobijé en tantas tormentas, a ella volví mis ojos en mis desesperaciones, cuando plagado de truenos el mundo arremetía. Nunca dudó en socorrerme su presencia.
Esa buena madre caminó conmigo en todos mis senderos, incluso cuando lejos de Dios me debatía entre el bien y el mal. Cada paso, con miedo o certeza, lo hacía sabiendo que la tenía al lado, que podía contar con Ella, que su amor enjugaría mi llanto y vendaría mis rasguños. Ella caminó conmigo la cuesta de cada uno de mis Calvarios: Hijo he aquí a tu Madre, Madre he aquí a tu hijo.
Al sentir un peligro me agarraba fuerte a su escapulario, pensaba a su lado nada podía pasarme, sabía que si llegaba el momento cumbre a la otra vida, era en sus brazos en donde debía presentarme ante el Dios-Amor, y entonces se desvanecían mis miedos, se esfumaba la incertidumbre y alumbraba el Sol de Justicia en mi corazón, aquel que por gracia divina hábito su vientre.
Bendita, guapa y más que guapa, la más guapa de todas las mujeres y no es referido a su hermosura física, sino a la grandeza que fue, es y será para la Iglesia. Su recuerdo es siempre bálsamo: No temas, tienes Madre.
Es cierto aquello que jamás se ha oído decir que haya abandonado a uno de los que la invoca, en las situaciones de la vida, y a la hora de la muerte. Busca sus ojos cristiano, nunca dejes de invocarla en tus luchas y si desfallecido por el peso de tantas cosas, sientes que no puedes seguir…serán sus pies los tuyos, y preferirá María gustar sus espinas.
Mirarla, nunca dejéis de mirarla, porque cristiano, quien sus ojos en su majestad fija, permanecen unidos a Ella y con Ella a su Hijo. Rezad con fe:
Madre Santa, Madre Nuestra, Madre mía. Desde antiguo te llamaron los hijos de los hombres Estrella de la mañana, deja que yo te llame Estrella de mis noches, noches de soledad de personas y apoyos que no encuentro, noches de búsqueda, de desencantos y frío. Brilla entonces para mí Santa María, como luz infinita, Luz inagotable Luz fiel, Santa María.
Tu cabeza bienaventurada que tantas veces inclinaste para besar al Hijo de Dios como el Carmelo.
¿Carmelitas? ¿Carmelo? Una síntesis de muchas palabras que hablan de María Santísima de su hogar, plantel y jardín de sus delicias… su Orden.
Que alegría ser flor que nace dentro de los pedruscos, que bueno ser de esas almas que según la parábola del sembrador, se piensa de ellas que están destinadas a morir por la exposición continua al sol, sin raíz profunda. ¡Y que la Madre amorosa del Carmelo nos haga como regalo, vivir en obsequio de Jesucristo imitándole a Ella! ¿Os dais cuenta? La suerte de la semilla sobre las piedras, cambia en manos de la Virgen.
El Carmelo, es un sitio con muchas flores, pero el terreno es rocoso y los hijos del Carmelo, están llamados, según la voluntad de Dios, a crecer entre las piedras, a no echar raíces aquí. La única raíz de un carmelita, es saber que su tierra es tierra de María, y que sus manos cultivan cada una de sus flores, de forma única e irrepetible. No hace falta raíz que le ate al suelo, pues vive y ha de procurar vivir tranquilo y confiado en la protección y guía de María.
Sus ojos, fijos en Ella, esperándolo todo de Jesús, pero por su medio, dejándose hacer al tacto de sus manos, labrar en la cruz de la renuncia propia, del desprendimiento...entrenándose para dar su FIAT, pero no de cualquier forma, no bajo las directrices o consejos de un fundador... sino como Ella. Un FIAT que de una vez juntando voluntad y verbo, abre el camino para que Dios se encarne, se vuelve vehículo por el que llega la salvación... entonces, se entiende perfectamente aquella interpretación carmelitana del texto de la nubecilla de Elías.
Vimos y vemos, en aquella nubecilla blanca, que viene del mar, la prefiguración de la Virgen... su acercamiento a la estirpe de Elías, al hombre en general...para ser portadora de la Lluvia de Gracia.
No pase, pues, un día, noche, viaje, búsqueda, discusión, alegría, fatiga, reposo sin un cariñoso recuerdo para Ella. Que siempre esté en el umbral mismo de tu memoria. Así llamaba la atención de los carmelitas, ese enamorado de la Virgen y cantor de sus grandezas que fue Arnoldo Bostio, Carmelita. Hoy con él puedo decir que “Todo lo que soy, todo lo que tengo, se lo debo a Ella”.
Este año, en la soledad fecunda del Carmelo tengo un motivo muy especial para agradecer a Dios por estos 20 años, desde que mis pies temblorosos quizás por lo desconocido, traspasaba los umbrales de la puerta Reglar de mi querido palomarcico. Veinte años desde que Jesús, arrancándome con mano fuerte y brazo extendido de entre los míos, me llevó junto a su Madre al Monte Carmelo, a la heredad que es de esta Señora y Reina del Lugar.
Entre las cosas grandes que descubrí y que me era del todo ajena cuando entré, era la profunda y comprometida vocación misionera. Con los años se aprende a base de confianza en Dios, que mucho se hace desde aquí, con la sencilla y gozosa entrega de cada, disfrutando el canto de alegría que es la vida si se vive con María en Jesús.
La carmelita vive, pero su vida no la vive para ella. Jesús le ha pedido su entrega y ella gustosa la ofrece por todos los pecadores, sacerdotes, por la Iglesia, el Santo Padre y tantas cosas más. Aún recuerdo emocionada aquellas cartas preciosas y entrañables de Teresa de los Andes a su padre en vísperas de su partida al Carmelo: “Cuando te sientas solo, papacito querido… en Él (Jesús) me encontrarás”. O aquella memoria nostálgica, feliz, sincera de la Beata Elías de san Clemente, al recordar su casa: “Hogar de mis recuerdos, nido paz y amor…volé de ti como paloma, me vine al Carmelo, más, nada podrá borrar ese dulce recuerdo que me une a ti con tiernos lazos”.
Lejos de lo que muchos piensan, por cierto equivocadamente, la verdadera misión de una carmelita traspasa y ha de traspasar siempre las fronteras de la clausura, salta las tapias y se cuela calladamente en la Iglesia Universal. Los sacerdotes, el Papa… los hombres todos. ¡Todo es bello en el Carmelo! (Bta. Isabel de la Trinidad). Cada cosa tiene su sitio en el corazón de la carmelita, más como ha de dejarlo vacio, para que solo Dios sea su huésped, deposita cada necesidad, preocupación, problema en el corazón abierto y traspasado de Jesús.
Limitada físicamente por los votos pronunciados voluntariamente, la carmelita descalza, ofrece su silencio y sus días intentando vivir esa confianza ciega de la que hablara Teresita del Niño Jesús, la certeza en su amor, en la aceptación de su pobre vida, en la eficacia de entregarla ocultamente por Él y consumirla en su presencia por las necesidades del mundo. Cada carmelita sigue su camino dentro de la espiritualidad propia de la Orden, y a cada una Dios la llama de forma particular a participar en el misterio redentor de su cruz, que alcanza y refresca a todo el mundo, sin fronteras físicas, psíquicas, políticas ni sociales.
Su vocación es el amor y al Amor se debe. ¿Quién dice que no se es madre sino se engendra, que el Carmelo es un sitio donde se evade el hombre para esconderse del mundo y de su propia realidad porque le persigue sin tregua? Nada de eso. Nunca antes se siente más fuerte los lazos con la familia que desde el Carmelo, ni importan más los problemas de nuestros hermanos, los peligros de los sacerdotes, los sufrimientos del Santo Padre. Y todo, porque desde este monte santo, llevando el habito de Nuestra Madre Santísima “que indignamente traemos” (Teresa de Jesús), se aprende amar al mundo desde la perspectiva de un Dios-Hombre que se derrite de ternura por él, que ama al hombre como nadie podrá jamás narrar ni describir, porque nuestra mente no alcanza a comprender su inmensidad. Y se es madre, y hermana, y amiga y “sierva inútil” que da lo mejor, que lo ofrece todo y lo entrega todo sabiendo que poco puede, pero que en manos de la Trinidad que no conoce límites, su fruto se multiplica y es infinitamente fecundo.
Uno mi voz a las voces de esas dos carmelitas descalzas, para cerrar con sus palabras las mías, la una de Bari, la otra mallorquina: “Buscaré almas para lanzarlas al mar del Amor Misericordioso: almas de pecadores, pero sobre todo almas de sacerdotes y religiosos. Con esta finalidad mi existencia se apagará lentamente, consumándose como el aceite de la lámpara que arde junto al Tabernáculo… Cuando se sufre con Jesús, el padecer es gozar; me consumo por sufrir amando, fuera de esto no quiero ya nada”. De la Beata Elías de San Clemente ocd. “He sido en el Carmelo, inmensamente feliz”. M Concepción de San Jaime y Santa Teresa ocd.
Por una Carmelita Descalza, Écija